viernes, 15 de febrero de 2013

¿Y ahora qué?


Es cierto. Existen resortes en la vida que inesperadamente nos hacen cambiar el semblante, el humor. Hoy he visto una fotografía de un primo al que no he visto en los últimos treinta años. Se me ha roto el ánimo.

Sin fuerza, sin intensidad, los lagrimones han empezado a recorrer mis mejillas en el mismo momento que esa fotografía me ha transmitido la herencia familiar, una herencia que duele menos al ser negada.

Si lo viera por la calle no lo reconocería. Hace tiempo que renuncié a los porqués, más por evitar un dolor innecesario que porque estuvieran resueltos.

Y así añadimos a la herencia familiar nuestro propio enfoque. Y pensamos que es la manera de mantenernos en la vida, obviamos los recuerdos y la empatía hacia aquellos que nos han hecho daño. Nos erigimos en plaza fuerte, inexpugnable a aquellos que no quisieron dejar el pasado atrás.

Y repetimos los errores que ellos probablemente cometieron. Y más de treinta años después el niño triste de ojos azules es un hombre triste de ojos azules. Y a mí me da un vuelco la vida.

¿Y ahora qué?

lunes, 25 de junio de 2012

Infinita è la notte

Infinita es la noche sobre la ciudad

Cuando desvelados sufrimos,
cuando alegres disfrutamos,
cuando nos enamoramos,
cuando compartimos.

Infinita es la noche sobre tu respiración
Infinita es la noche sobre el mar abierto
Infinita es la noche sobre el mundo

El día es finito, acotable.

La noche se presta a todo, infinita.

Ese mismo escenario de día tiene un fin fijado, aunque desconozcan el momento.

La noche, en cambio presta las horas al servicio del fin natural de los actos.

Al fin sin relojes, al encuentro  de nosotros mismos, sin límites. Sin horas marcadas ni condiciones, infinita en su infinita sabiduría.

Infinita es la noche bajo el cielo estrellado de San Juan, frente a la hoguera, o tras ésta en paseo infinito. O tumbados sobre un muro, o sobre la hierba.

Infinita es la noche bajo las estrellas en San Lorenzo
Infinita es la noche bajo el resplandor de las luces de ciudad
Infinita es la noche bajo mis sábanas.

Y bajo las tuyas.

Invitando a soñar, a vivir, a dejarse llevar. A romper ataduras y horarios prefijados.

Y mañana... ya amanecerá.

Porque en la noche infinita somos capaces de dejarnos arrastrar por nosotros mismos dejando que, por primera vez, sea nuestro cuerpo el dueño de nuestros tiempos.

Dejando al día, institutriz malencarada del día siguiente, que amanezca para nuestro cansancio.



INFINITA È LA NOTTE (Francesco Bianconi & Pacifico)




miércoles, 18 de agosto de 2010

Buy some time


Sin dar más detalles, seis días en Florida no parece tampoco algo digno de mención. Si añado el detalle de que he visitado a mi hermana, y si a eso le sumo que hacía diecisiete años que no nos veíamos, entonces, claro es que este hecho debe eclipsar cualquier otro que haya sobrevenido a lo largo de este último año. Y así es. Diecisiete años en que no supe cuán grande era el agujero que su ausencia dejó en mi corazón. Seis días para conocer el alcance del mismo y para que ese agujero cerrara, colmatando en una lágrima en mis ojos con su solo recuerdo.

A pesar de que el problema del idioma y mi falta de uso del inglés básicamente, nos robó tres días enteros de los seis, tres días preciosos que no recuperé salvo en la necesidad imposible de haber prolongado mi estancia. Pero, ¿Cúanto habría querido prolongar mi estancia? Seguramente no habría sido capaz de marcar un fin diáfano en mi necesidad de disfrutar de ella. Seis días en los que volvimos a ser los que fuimos cuando adolescentes, pero envueltos ya, en una inevitable vida de adultos. Seis días en los que nos hemos reído, más hemos llorado, pero sobre todo, nos hemos abrazado, a veces con las palabras, siempre con las miradas y a menudo físicamente. Seis días en los que he conocido a mis sobrinas, Mia y Tatiana. Dos seres dulces de siete y cinco años que me han hecho adorar los niños. Que he vuelto a ver los ojos azules de mi hermana y sus hijas. Sus sonrisas idénticas y su gran sensibilidad. Seis días para darme cuenta de que, tal y como dice el tango, quince años no es nada. Ni diecisiete. Porque cuando hay una línea abierta de sangre por medio, que une dos almas, ni la distancia de todo un océano ni el tiempo que pasa inexorable, pueden destruir nada. Al contrario. Esa sensación de habernos visto hace dos días, esa calidez, ese cariño mutuo, sólo consigue que la distancia emborrone mis ojos al pensar en ellas y lo difícil que la vida pone la distancia, para que al final, todo resulte como al principio, de nuevo.

Y es entonces, cuando de nuevo la vuelvo a echar en falta. Cuando me gustaría que estuviese aquí conmigo. O estar yo con ella. Cuando maldigo la distancia de la gente que se va, de la gente que regresa. De la gente que pasa por mi corazón abriendo una brecha, a sabiendas de que más adelante huirá. de mi corazón que se abre, consciente también de que luego habrá de sentirse abandonado y abandonará a su vez.

Y en el mismo acto de maldición repito la asunción. Y a menudo me encuentro en la más pura insustancialidad de la contradicción. Porque asumo como natural, y me alegro, esa diferencia, esa distancia, y la acepto tal y como viene. A veces me gustaría no conformarme.

jueves, 27 de agosto de 2009

Y si muriera ayer

Y si muriera ayer, sonreíd.
Pues desperté vagando por Paris
Atravesando sus bulevares imaginarios
Desconocidos a mis ojos, que no a mis sueños
Y la Piaf me susurraba su “Vie en rose” rota.

Y si muriera ayer, sonreíd.
Porque la lluvia fría de la mañana
Alivió el peso almacenado por el verano
En mis pulmones cargados y resecos de sol.
Y las gotas resbalaban por mis mejillas, empapando la razón.

Y si muriera ayer, sonreíd.
Pues el camino a casa fue largo
Guiado por la luna creciente
Marcando siempre el Mediodía.
Y las nubes apagaron las bujías de la noche.

Y a diario, si muriera, a diario, sonreíd.
Y mirad al cielo y pensad en mí.
Y dedicadme una sonrisa.

martes, 19 de mayo de 2009

Pérdidas

Estos últimos días el mundo del arte ha sufrido dos pérdidas. Por un lado Antonio Vega nos dejó. Por el otro ha sido Mario Benedetti.




martes, 31 de marzo de 2009

Ciudades



A día de hoy sigo sin comprender cómo muchas ciudades determinan sus límites. Entiendo la ciudad como cuando de pequeños estudiábamos lengua, es decir, como un sustantivo colectivo, pero con una pequeña diferencia que quizá me haya dado la edad: la ciudad es un ser colectivo, pero ser. Vivo, cambiante, abstracto en su concepto pero de magnitudes concretas, al menos durante un lapso de tiempo, por breve o extenso que éste sea.

Pero las ciudades de mi infancia poseían límites concretos. Eran ciudades del norte, acorraladas por montañas, frenadas en su crecimiento por ellas, o por el mar, único horizonte libre del que disponían. Las montañas definían a los ojos de un niño el límite físico de la ciudad. Montañas por las que la ciudad iba trepando atormentada saliendo de su agujero, hasta que éstas la estrangulaban y, debido a sus pendientes excesivas, y tras una lucha de callejas serpenteantes y bloques descolgados de las laderas, éstas ganaban a la ciudad y le imponían su círculo máximo, de donde la ciudad no podía escapar. Cuando uno había llegado a ese límite era plenamente consciente de ello, la montaña o el mar le decían “Hasta aquí puedes llegar” y volvía a casa contento de haber conquistado el fin del mundo posible.

Ya de más mayor he conocido ciudades donde esto no sucede. Ciudades llanas de interior que terminan donde el hombre decide y planifica su límite. Y así las últimas casas de las barriadas perimetrales miran al campo y al horizonte. Un horizonte despejado, premeditado, equidistante. Ciudades que no se enraízan con el medio físico, que no se baten con él, sino que se asemejan a una alfombra desenrollada sobre la tarima de un piso. Ciudades que me resultan artificiales, que me transmiten tristeza y que, al fin y al cabo no se asoman a ninguna parte. Ni a la línea de costa ni al balcón de las laderas de una montaña. Ciudades creadas sin esfuerzo y con tiralíneas, demasiado ordenadas para mi caos infantil. Estas ciudades me producen una gran ansiedad cuando, paseando por sus arrabales, llego a la última calle, sobrepaso la última construcción y encuentro campo, llanura, horizonte, todo y nada. Y me pregunto ¿Y ahora qué?¿Qué hay más allá? Con las manos en los bolsillos, alzo los hombros resignado, doy media vuelta mirando atrás de vez en cuando por si sólo se trata de una percepción y realmente hay algo más, compruebo que no, y regreso andando, arrastrando los pies, alicaído.

Ciudades en las que no hay lugar para los contrastes, para los sueños, para los tormentos, para los deseos y las tristezas. Ciudades planas de habitantes planos, ciudades ordenadas de habitantes ordenados, donde todo problema se sufre y se resuelve de puertas adentro, donde nada trasciende a la vida pública y todo se escapa entre sus calles sin encontrar laderas que devuelvan el eco, como se escapa el agua entre los dedos, trenzando hilos que desaparecen nada más pasar.

Y de igual manera que el medio físico determina la configuración urbana, la configuración urbana determina en gran medida la personalidad de sus habitantes.

En las ciudades caóticas la vida de sus habitantes resulta compleja. Un torrente rápido, continuo ir y venir tortuoso de sus gentes, alegre y bullicioso. En las ciudades ordenadas la velocidad disminuye, como en el curso bajo de un río, manso, tranquilo, a veces incluso apático, triste.

Ciudades donde cualquier iniciativa cultural resulta artificial, víctima de su espacio, donde la gente no se implica, no lo vive. Ciudades espejo en las que mirarse resulta difícil pero que siempre resultan estéticamente bellas, en contraposición con las ciudades dramáticas, donde todo surge de la implicación de sus habitantes.

lunes, 30 de marzo de 2009

Mina

Mina Mazzini... nada que decir.

Por cierto... ha sacado un nuevo disco "Sulla tua bocca lo dirò"... muy diferente... habrá que volver a escuchar a la tigresa de Cremona





En estos vídeos las canciones que más escucho y me gustan de ella. Sobre todo esta última. Un bacio è troppo poco.


Y cómo no, este versión de Moliendo café que me trae recuerdos de la infancia