jueves, 28 de febrero de 2008

I vecchi amori
















Los viejos amores, cuando lo han sido de verdad, se mantienen en nuestro recuerdo como una pieza que angula pasado y presente hasta comunicarlos. Las manecillas de un reloj de pared, marcando cada una en direcciones divergentes pero unidas por un mismo eje.

Pasado el tiempo, se convierten en un refugio agradable. Si uno tiene la suerte de reencontrarse, se transforman en un café cómplice, un paseo por la orilla, sin mentiras ni tapujos, con miradas sinceras, sin miedos ni tiempos marcados que respetar. A fín de cuentas, los viejos amores no necesitan de explicación, lo saben todo. Y escuchan, y comprenden, incluso abrazan con sus miradas, sin aconsejar consejos a oídos que ya no los esperan.

Una mirada les basta, un parpadeo, una media sonrisa. Son una mano tendida con la palma abierta hacia arriba.

Porque los viejos amores, cuando lo han sido de verdad, se convierten en un bien que atesoramos en el fondo de nuestra memoria. En ese lugar donde sólo guardamos lo importante. Su recuerdo íntimo es una de las pocas cosas que nos pertenece en esta vida.